Era un restaurante fastuoso. Derrochaba lujo por todos los
rincones, jarrones muy costosos decorando la sala, cuadros carísimos en los
pasillos que conducían hacia los servicios, las puertas eran majestuosas, las
alfombras, todo era muy ostentoso. Costaba mucho dinero cenar allí. Cuando fui
al lavabo quedé impresionada por los bellísimos mármoles que vestían las
paredes, y las maravillosas esculturas griegas que reinaban la estancia. No
obstante, mi sorpresa fue mayor cuando abrí la tapa del inodoro y encontré, que
el agua de la taza estaba adornada con peces auténticos. Peces reales nadando
en esas aguas con el único propósito de servir de adorno, realmente era
sorprendente el minucioso cuidado que le otorgan a los detalles en este restaurante.
A pesar de mi desconcierto hice mis necesidades ahí, y tiré de la cisterna. A
continuación, junto con el agua limpia, aparecieron peces nuevos que adornarían
de nuevo el retrete para complacer al próximo cliente que hiciera uso de los
lavabos. El restaurante era tan majestuoso que se permitía el lujo de matar
seres vivos de esa forma tan ridícula, sólo para complacer la vista de los
comensales unos breves segundos antes de sentarse a hacer lo propio. Desde
luego era mucho lujo, un despilfarro muy absurdo, y cruel. Era la excentricidad
más mayúscula que había visto en toda mi vida, pero ellos se lo podían
permitir, y eso es lo que importa.