domingo, 7 de febrero de 2021

Pesadilla en la cocina

 

Mi tren a Kagar estaba cancelado. Afortunadamente me reubicaron en el siguiente tren una hora más tarde, lo que significaba que aún podría llegar a la convención de coleccionistas de pegatinas de mandarina celebrada religiosamente cada 150 años. Disponía de ese tiempo para comer, así que, me apresuré a salir de la estación para buscar un restaurante donde llenarme el buche antes de embarcar.

Tras varios minutos recorriendo calles de esa maldita ciudad y topándome sólo con absurdos comercios de periódicos impermeables, pelucas con olor a pies y paraguas para la ducha encontré por fin un bar. "Bar currupipi" podía leerse a duras penas en su viejo toldo roído y descolorido. A juzgar por su aspecto, el negocio no parecía estar en su mejor momento, pero a la puerta tenían una pizarra donde mostraban el menú del día:

 

Primeros platos

Ensaladilla de colilla

Tomates con gaznates

Queso de cabra macabra

 

Segundos platos

Filete de juanete

Lasaña de la araña

Empanada con pedrada

 

Postres

Tarta que infarta

Flan de pan

El secreto de Felisa

 

No disponía de mucho tiempo para buscar alternativas así que decidí entrar y aventurarme a conocer lo que escondían los extraños juegos de palabras de la carta.

 

Su interior no mejoró las cosas, el local estaba vacío y un fuerte olor a fritanga y a aula de primaria después del recreo me envolvió mientras observaba las viejas fotografías que decoraban las paredes manchadas de salpicaduras. Las fotos mostraban famosos de prestigio mundial que habían comido en el lugar en tiempos mejores:  Leticia Sabater, el niño alemán loco, la del anuncio de "chic para mi, chic para ti", Jaimito Borromeo, el del anuncio de "Es una fiezzsta", entre otras celebridades. Entre todos los famosos me llamó la atención alguien que me resultaba familiar, pero no lograba recordar quién era.

Respecto al olor del local se me ha olvidado decir que también olía un poco a pene. Podría editar el párrafo de arriba pero no quiero.

De pronto vi salir de la cocina a una camarera coja, con gruesas gafas, pelo enmarañado y gesto apesadumbrado. Era la mujer que posaba junto a las celebridades, pero ahora mucho más envejecida.

Me sentó en una de las mesas y una sensación extraña y profundamente desagradable recorrió mi cuerpo. Sobre todo porque no me había gustado nada cómo me había sentado, levantándome de forma tan brusca y atropellada y lanzándome a la silla sin más. Vale que fuera coja y todo eso, pero en otros bares a uno le sientan con más delicadeza, le acurrucan, le dan un besito... en fin, que todo había empezado mal. La mujer me miraba en silencio, lo que provocó en mi una risa nerviosa y generó una situación de lo más incómoda. Entonces le pregunté por el secreto de Felisa, le pregunté si era ella Felisa y que si me contaría el secreto, prometiendo que no se lo diría a nadie, solo a un amigo al que le cuento todo. Entonces pronunció las siguientes palabras: "dromedario", "girasol", "tribunal", "windsurf", "secarral". Empezaba a ponerme nervioso, no parecía que la situación fuera a ninguna parte, el tiempo estaba pasando y yo tenía que coger un tren. Necesitaba acelerar las cosas, así que decidí llamar a Uber Eats y pedir algo del menú del mismo bar Currupipi. El repartidor vendría, cogería mi comida y me la entregaría en mi mesa. Yo solo tendría que soportar la mirada helada de la buena señora, que seguía ante mí con su penetrante semblante. Entonces, cuando fui a buscar el móvil, vi aparecer a otra persona, un hombre vestido con pantalón negro, camisa blanca, delantal, pajarita, y que portaba una bandeja con copas con una servilleta de tela colgando en el brazo. Me la jugué y traté de llamar su atención: 

-¡Camarero!- dije -¡Atiéndame por favor! ¡Dentro de una hora me voy a Kagar!

-Y tanto que sí...- respondió él, con una sonrisa fría y maquiavélica.

No me preguntéis por qué, me sentí amenazado. He hablado muchas veces antes con otros camareros, y nunca me hicieron sentir así. Ninguneado, insultado, sexualizado y humillado sí. Pero nunca amenazado.

Recuerdo incluso una vez en que me sentí vacilado. Ocurrió hacía unos minutos con una camarera aparentemente llamada Felisa. Pero insisto porque tengo que dejarlo claro que amenazado no, nunca. Yo jamás hablaría así de los camareros.

Aún así le pedí al camarero ese que me trajera una ensaladilla de colilla y una empanada con pedrada. Asintió y regresó a la cocina.

Mientras esperaba continué mirando las fotografías de la pared intentando recordar quién era esa persona que me resultaba familiar...

Unos minutos más tarde regresó el camarero con la ensaladilla de colilla, interrumpiendo mi ensimismamiento. Menuda decepción, yo creí que sería una especie de ensaladilla con colas de gamba. Pero no, no, era de colillas de cigarro, literalmente. De sabor estaba regu, pero la textura... ¡inadmisible!

Luego llegó la ensalada de pedrada, que yo pensaba que traería arroz empedrado o algo así, pero, ¿adivináis qué llevaba en realidad? ¡Exacto! ¡más cigarrillos! Trataba de disfrutar de la textura, cada vez más nervioso por el paso del tiempo, el cual me hacía envejecer, pero además hacía que me quedara menos tiempo para coger el tren. Los pensamientos se entrecruzaban en mi cabeza... ¿Cumpliría el camarero sus amenazas? ¿Felisa dejaría de mirarme en algún momento? ¿Quién sería el famoso de la pared? ¿Aparecería tópicamente alguna pregunta que no tuviera nada que ver con la historia, en esta lista? Empecé a sudar, los nervios estaban pudiendo conmigo y, por qué no decirlo, las colillas no me estaban sentando nada bien tampoco. Tan desagradables eran mis sensaciones, que pensé que lo mejor sería irme de allí cuanto antes, por lo que saqué el ordenador portátil para hacer una exhaustiva búsqueda en Google respecto a qué postre pedir, investigando opiniones en Tripadvisor, leyendo la historia de las posibles opciones, escribiendo por Facebook a mis amigos cocinillas... después de apagarse el ordenador, buscar el cargador, conectarlo, responder unos mails y terminar mi análisis, llamé de nuevo para pedir el postre definitivo. 

-¡Camarero!- dije. -Tráigame el secreto de Felisa-. Decidí pedir ese postre porque después de mucho buscar me di cuenta de que en realidad quería eso desde el principio. Solamente tenía que creer en mí.

Continué mirando las fotografías de la pared, cada vez más inquietado por ese familiar personaje. ¿Quién eres, maldita sea? Pensaba… pero él no respondía telepáticamente a mis pensamientos. ¿QUIÉN ERES MALDITA SEA? Pronuncié en voz alta, a ver si así.

Entonces, por fin, caí en la cuenta. Ese personaje era….

¡Hitler!

“Hitler” era como yo llamaba cariñosamente a Jimmy Castro el negro del Club Disney, cuando lo veía por televisión allá por el año 2000.

“Mamá, quiero ver el programa de Hitler” le decía a mi abuelo. Y él ponía Telecinco. “Mamá” era como yo llamaba cariñosamente a mi abuelo.

Una vez resuelto el misterio del cuadro, solo restaba comer el postre, recoger mis cosas, desactivar la bomba y salir raudo a coger el tren. Por fin todo estaba empezando a funcionar, aunque hubiera deseado que Felisa se fuera de una vez. Sin embargo, un nuevo contratiempo... el postre no llegaba. El camarero no volvía. Los segundos se convertían en minutos. Los minutos se convertían en 10 minutos. No podía perder ese tren, el destino de muchos estaba en juego, ¡todos contaban conmigo! Jimmy Castro se mofaba de mí desde el cuadro. Me decía "¡Eh, Mariano! ¡Mariano!" Se mofaba llamándome Mariano, ¡¡¡yo no me llamo así!!! ¿Qué hacer? Por una parte, tenía una urgencia mortal por coger el tren y, por otra, el postre iba incluido en el menú, estaba pagado, aunque no me lo comiera... ojalá Felisa dejara de mirarme... ojalá Jimmy dejara de mofarse... ojalá Jaimito Borromeo nunca hubiera existido... Entonces pasó lo más inesperado... ¡transcurrió otro minuto! Se acabó, no podía dejar que las cosas acabaran así, tenía que tomar la iniciativa, como buen heterosexual, así que me levanté y me dirigí hacia la cocina, dejando a Felisa inmóvil ante mi mesa. Abrí la puerta de golpe. 

-¡Camarero!- dije. -¿Dónde está el secreto de Felisa que he pedido?- Pero justo en ese instante Felisa, a quién estaba dando la espalda, me lanzó a la cabeza su zapato ortopédico de diez centímetros de plataforma haciéndome caer inconsciente en el acto.


Al despertar me encontraba en mi tren hacia Kagar. Me sentía confundido y con un extraño dolor de cabeza. -¿Le retiro los platos, señor?- Me dijo la azafata mientras señalaba los restos de mi almuerzo.

¡¿Qué?! ¿Cómo? ¿Había almorzado en el tren? Entonces miré la hora en mi reloj… me encontraba en el primer tren, que nunca se canceló. Respiré aliviado cayendo en la cuenta de que todo había sido un sueño de Resines, que era yo, y me puse a hojear el catálogo de compras a bordo. Cómo no, todo lo que anunciaban eran pelucas y paraguas para la ducha que aparentemente eran los típicos souvenirs de la zona. De repente sonó una notificación en mi teléfono móvil. Era un mensaje de mi amigo, al que siempre le cuento todo.

“Ey Antonio!¡ Qué mofa! Acabo de ver tu foto colgada en un bar que se llama Currupipi! Jaja”

 

FIN