Era un domingo en la tarde y fui a los coches de choque. Estaban pinchando el disco que a mí tanto me pone. Fui a sacar 4 fichas y compré un abono, y estuve oteando en la pista para encontrar un coche rojo.
Para mi desdicha, no había ningún coche rojo disponible. No lo podía creer. La vida no había sido justa conmigo. Mi familia renegó de mí cuando me declaré abiertamente rubia teñida, me despidieron de mi trabajo como recolectora de tomates cúbicos porque, aparentemente, no existen, el amor de mi vida, Edward Norton, me había denunciado por acoso... ahora lo único que me quedaba era mi coche de choque rojo favorito y hasta eso se me negaba. Solo había una cosa que pudiera hacer:
Montarme en el Canguro, o el pulpo, o la rana o como se llame y llorar amargamente por mis desgracias. Con cada bote del asiento, una lagrima caía y una ostia me daba en el coxis, pero allí arriba nadie me oía. El sonido de mis sollozos se confundía con el griterío y mi cara de llanto pasaba por cara de extrema diversión. De pronto, cuando creía que mi vida no podía ser más lamentable, te vi. Y allí estabas tú, con el tabaco al hombro, camiseta blanca, vaquero ajustado y botines de punta.Y allí estaba yo, con mi melena al viento platino de bote, con mi super niki de tirantes brillantes.
Puede que fuera el mareo producido por la atracción, o puede que necesitara una pequeña victoria, pero no pude resistir el impulso de acercarme, hacerme la despistada y esperar que, con algo de fortuna, se propiciara una situación que favoreciera un encuentro contigo... de modo que desabroché mi cinturón de seguridad, me encaramé a la atracción como una bestia y, de la forma más sensual que pude, fui saltando de vagón en vagón, como el más grácil de los saltamontes, hasta caer de bruces en tu asiento, donde estabas tú con tus amigos... entonces, ante tu mirada estupefacta no tuve más remedio que entablar alguna conversación...
-QUIERES KIKOS?!?!- grité para que me oyeras, temiendo que contestaras que sí, pues no llevaba kikos encima...
-Que si quiero o que si tengo?- respondiste confuso.
Aproveché la oportunidad para fingir que había preguntado si tenías, y así evitar la situación incómoda de quedar en evidencia al no llevar kikos encima. Parece que la suerte otra vez estaba a mi lado. La suerte es una choni de mi barrio y casualmente estaba sentada junto a mí. La Suerte me había oído perfectamente y como es muy bocazas empezó a delatarme, explicándote que yo, te había ofrecido kikos en primera instancia. La cogí de los pelos y la tiré fuera de la atracción, por zorra.
Te sentiste congratulado con esa acción violenta y me miraste con dulzura, nunca olvidaré esa mirada, con legañas en los ojos de no lavarte la cara, y esa sonrisa con sarro en los dientes.
No pude sino confesarte mis sentimientos. Decirte que te amaba, que te deseaba desde el momento en el que te vi y que además me recordabas un poco al chavo del ocho. Sin embargo, resulta que con las legañas no me había dado cuenta de que estabas dormido, y no te habías enterado de nada, a pesar de mis gritos. Empezaba a estar cansada de tanto grito. Estas cosas no deberían ser tan complicadas, ¿por qué siempre me enamoraré de narcolépsicos en atracciones de feria? Decidí que el tiempo de las palabras había pasado, que las palabras eran muy 2017 y pasé directamente a la acción.
Así que acerqué a tu nariz un pañuelo humedecido en cloroformo para poder raptarte aprovechando el revuelo que había montado alrededor del Samur que estaba asistiendo a la Suerte tras su aparatosa caída.
Lamentablemente el bote de cloroformo estaba gastado tras haberlo usado repetidas veces con Edward Norton, y tuve que cambiar de plan.
De modo que te golpeé con el bote de cloroformo para dejarte inconsciente. Ahora tenía una oportunidad de oro para hacerte la respiración artificial. Por fin conocería el sabor de tus verdes labios de marciano. Tras colocarte boca arriba en el compartimento de la atracción, y con la dificultad añadida del movimiento de la misma, procedí a acercar mi boca a tu boca, pero decidí que, para disimular mi perfidia, podría ser buena idea fingir un poco.
"-Este hombre se ha desmayado!! ¡¡Debo abusar de él aprovechando la situación!! ¿¿Es que nadie va a detenerme?? De hecho no se ha desmayado, yo misma le he golpeado!!!"
Claro, que fue la peor idea que pude tener, porque mis gritos atrajeron la atención de la persona más inoportuna, y justo cuando ya podía oler tu aliento a libro nuevo, ocurrió lo inevitable.
La Suerte, desde la camilla de la ambulancia comenzó a gritar señalando hacia nosotros, seguía con el tema de los kikos y el feriante detuvo la atracción. Comenzó a cachearme buscando los kikos y entonces encontró el bote de cloroformo. Pero no le importó nada porque era un feriante y eso significa que comete más ilegalidades que nadie, posiblemente.
Entonces te pinchaste con un huso y te despertaste, porque me parece más lógico que si te pinchas te despiertes, y no que te duermas. Y bueno, hiciste una llamada a cobro revertido a tu casa para que vinieran a por ti y no quisieron porque somos de familias desestructuradas.
Entre el feriante, el samur, los gritos de la Suerte y los curiosos surgió la confusión, que era la mejor amiga de la suerte. Le llamaban la confu. Había venido a pegarme por importunar a su amiga, estas cosas de chonis, que se enfadan por 14 huesos rotos de nada. Mientras se dirigía hacia mí entre insultos, el feriante me preguntaba que cómo había llegado un huso al asiento de la atracción Eran demasiados estímulos como para centrarme, empezaba a pensar que esta no era la historia de amor que siempre había soñado. Me debatía entre dar las explicaciones pertinentes a todo el mundo o derrotarles a todos en un certamen de poesía, ya que me había acordado de una poesía muy buena que tenía preparada para estas situaciones. Pero entonces fue cuando interveniste tú, haciendo honor a tu apodo:
"fue sin querer queriendo, no seas menso kiko, se me chispoteó"
Todos rieron a carcajadas y entonces fui consciente de que estábamos rodando un capítulo del chavo del ocho, y todo lo sucedido estaba guionizado.
Con una sensación intermedia entre alivio y sorpresa, me disponía a volver a mi rutinaria vida, con más sensación de vacío incluso que cuando empecé el día. Estaba esperando el autobús en cuyos asientos traseros suelo dormir cuando aparcaste frente a mí subido en un coche de choque rojo. Era el colmo, las dos últimas esperanzas de sentir algo de ilusión en mi vida se anulaban mutuamente y marchaban juntas hacia el sol poniente, alejándose más y más. Es entonces cuando decidí escribirte esta carta, para que puedas entender las razones por las que llamé a la puerta de tu casa y salí corriendo. Así aprenderás. Así aprenderéis todos.