Es un
señor cualquiera con un trabajo cualquiera. Viste sin llamar la atención y no
es muy atractivo sexualmente. De vez en cuando se ve obligado a utilizar el
transporte público, para desplazarse de un lado a otro. Normalmente, tiene
vehículo propio pero yo qué sé, a veces no quiere meter el coche en la gran
ciudad porque no va a poder aparcar y tal y le sale mejor ir en tren… eso pasa,
no? Pues eso.
El tío
va en tren, a horas clave, con todos los asientos ocupados. Entonces camina de
un extremo al otro del tren y le sucede esta situación de que la gente aparta
las piernas para dejarle pasar. Así, empieza a fantasear con que ese cotidiano gesto
educado de los viajeros es una muestra de pleitesía hacia su persona, como si
todos se fueran inclinando a su paso cual monarca medieval. Es una reverencia
de piernas. Todos los plebeyos le abren paso a su antojo porque es su legítimo
líder.
De esta
forma, el señor empieza a abusar de su nuevo poder. Cada vez usa menos el
coche. Alguna vez, con un poco de vergüenza, se sube al tren exclusivamente
para poner en práctica su despótica fantasía. Cambia habitualmente de línea y
de hora para no coincidir con los mismos súbditos.
Al
final, llega el día en que el tío va atravesando el vagón y, como siempre, los
educados pasajeros apartan sus piernas para dejarle pasar hasta el momento
fatídico… un viajero, uno mayor, anciano… no aparta las piernas. No deja pasar
a su señor. Y no, no es que sea un maleducado… Es que sabe perfectamente la ensoñación
que está poniendo en práctica nuestro protagonista y ha decidido desafiarle.
Ahora el guante ha sido lanzado y las almenaras arden.
“Apresadlo!!!”-
Ordena autoritario, y en voz alta y nítida, nuestro inocente protagonista…
Obviamente
nadie le hace ni caso. Su fantasía acaba de desplomarse. Ha hecho cabriolas en
la cuerda floja que estaba cruzando y se ha desplomado al vacío.
El
anciano sonríe con suficiencia, consciente de que ha derrocado a otro tirano.
FIN.