Éramos un grupo de jóvenes amigos. Fuimos de vacaciones a la
playa. Íbamos a coger un hotel pero uno de nosotros dijo que no haría falta, que su
familia tenía casa en la playa y que podríamos quedarnos allí. Nosotros
insistimos que no era necesario, que no queríamos molestar, que no nos
importaba.
Al final nos convenció… total, así nos ahorraríamos un poco
de dinero y, ¿qué era lo peor que podría pasar?
Llegamos a la casa de los parientes. Solo estaba su primo,
ya que, sus tios, es decir, los padres de su primo, es decir, el hermano y la
cuñada de su padre, es decir, personas genéticamente irrelevantes para mí,
habían salido.
Entonces empezó el inevitable intercambio de protocolo.
Nosotros preguntábamos tímidamente dónde dejar las maletas, él nos decía que
cogiéramos lo que quisiéramos de la nevera… Desfile de urbanidad que desembocó
con una invitación a la playa. “¿por qué no vamos a la playa? Así descansáis
del viaje, y además, tendréis ganas!” Algunos vieron la invitación como la
oportunidad que estaban deseando, otros no tenían ganas de ir pero pensaron
que, de nuevo el protocolo, mandaba aceptar la invitación. Otros se enamoraron de Primo Tom y fueron solo para verle en bañador...
Así, fuimos a la playa con el Primo Tom. “qué fría!” “ah, los
del centro no estáis acostumbrados, eeeh? Jaja” “yo me salgo ya!” “qué asco,
algas!”
Tras un rato, me quedé con Primo Tom lejos de la orilla.
Hablábamos de trivialidades, ya que le acababa de conocer. Acababa de terminar
de contarle a qué me dedicaba cuando se sumergió y empezó a nadar mar adentro.
Yo le seguí, hasta que me cansé y di la vuelta. Supuse que sería normal que, Primo
Tom, a fuerza de costumbre, llegase sin problema mucho más lejos que yo.
Primo Tom murió ahogado a 500 metros de la orilla. Había
decidido suicidarse ese día y nuestra llegada había sido una inoportuna
casualidad.
Fin
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