domingo, 26 de febrero de 2012

Bromas longitudinales


Hoy voy a contar un capítulo de mi vida que a nadie le importa, ni siquiera a mí. Pero hace mucho que no escribo, así que ahí va una mierda, es gratis, no os quejéis.
Cuando yo era pequeña llevaba una mochila con ruedas. Un día un viejo quiso gastarme una broma, y me preguntó si yo tenía licencia para conducir ese vehículo.
El viejo no comprendía que con mi corta edad yo no podría reírme de esa broma y lo único que consiguió fue asustarme. Para empezar yo no entendía a qué vehículo se refería,  jamás habría relacionado mi mochila de carro con eso, hasta que el viejo la señaló. Entonces empecé a pensar, pero no sabía muy bien qué significaba la palabra “licencia”, aunque por sus palabras supuse que era algo que necesitaba, y no me sonaba nada que yo lo tuviera. Yo no tenía nada llamado “licencia”. Así que me asusté, y pensé que estaba haciendo algo malo, y no entendía porqué mis padres me habrían regalado esa mochila si yo no podía llevarla. Así que pensé “espero que ese viejo no llame a la policía” y me fui.

No entendí nada de lo que pasó, pero ese suceso se quedó grabado en mi mente y ahora que soy mayor ya lo entiendo, ¡y es una broma muy graciosa! Ahora me pregunto si el viejo sabía de sobra que me reiría de su chiste años después, pensó  “ahora no le hace gracia pero de mayor ya verás que gracia le va a hacer” Me dejó el chiste ahí sabiendo que de mayor lo entendería. Lo hizo aposta. ¡Qué listo! 

Gracias, viejo.



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