Muy
buenas noches, carruseleros!! Sé que me estáis disfrutando a tope con mis Sagas
del Insomnio, así que hoy os voy a hablar de la historia de Balbazar, el gran
amigo de mi infancia.
Todo
ocurrió cuando, una noche, llamaron a la puerta de mi casa. Mi primera reacción fue de
sorpresa, porque no era normal que alguien llamara a mi puerta cuando yo no
tengo puerta, ni casa. Mi segunda reacción fue de alivio, al recordar que sí
que tenía casa y, por supuesto, también tenía puerta. Mi tercera reacción fue
de vergüenza cómica al recordarme a mí mismo sorprendiéndome por que llamaran a
mi puerta porque pensaba que no tenía puerta, cuando sí la tenía (ver: primera
reacción). Mi cuarta reacción fue de asco. Qué asco me da la gente que llama a
la puerta!!! Pero bueno, por abreviar, saltaremos directamente a mi
decimonovena reacción que fue ir a ver quién era.
En
primer lugar, miré por la mirilla, por si reconocía al interfecto y así podía ahorrarme
el siempre incómodo interrogatorio de identificación. Y sí que le reconocí, era Interfecto,
Interfecto Buendía, el novio de mi madre. Llegados a este punto, pensé que lo
más conveniente sería preguntarle qué quería, ya que mi relación con él era,
cuanto menos, distante, y no me parecía de recibo abrirle la puerta de mi hogar.
-¿Qué
quieres, Interfecto?- Le dije -¿Por qué llamas a mi puerta? ¿Acaso no ves que
no tengo puerta ni casa? ¡Ve a llamar a las puertas de gente que tenga puertas!
-Hijo
mío- “hijo”… ¡odiaba que me llamara “hijo”, solo porque fuera mi verdadero
padre!- necesito que me abras la puerta. Tengo algo que decirte.
Todo
esto me sonó muy raro, ¿a qué puerta se refería? ¿Cómo podía saber que este
hombre era realmente un hombre y no un promotor de endesa? Seguro que era un
promotor de endesa… siempre están llamando para que me cambie y ofreciéndome
sus ofertas y…
-¡Eh,
un momento! ¿Cómo has entrado en mi casa?
-Me has
abierto la puerta tú, hijo mío-dios, como odio que me llame hijo, solo porque
es mi verdadero padre…- ahora, me vas a tener que escuchar.
La
verdad es que no tenía más opción que escucharle, ya que tenía dos orejas en mi
cabeza conectadas a mi cerebro a través de un complicado sistema de nervios,
huesos y pequeños órganos que me proporcionaban sentido del oído. Así,
Interfecto me dijo:
-Hijo,
esta historia se está haciendo muy larga ya, y ya no me acuerdo de cómo se
llamaba el amigo ese de tu infancia, barrabás o algo así, y veo complicado
crear un giro argumental que nos lleve de alguna manera a introducir a ese
personaje y mucho menos a darle la relevancia que se espera de él tras las
expectativas creadas en la introducción de la entrada, así que vamos a dejarlo
por hoy.
Cuando
me desperté, estaba tumbado en la nieve rodeado de todo tipo de sustancias
alucinógenas a medio comer y con la pechera llena de sangre. Cómo había llegado
allí es algo que no sabré nunca, pero tenía mucho más dinero en mis bolsillos
del que había tenido nunca en mi vida.
Como
veis, esta historia no tiene moraleja. Fin.
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