jueves, 12 de junio de 2014

Y lo llamaron... Balbazar

Muy buenas noches, carruseleros!! Sé que me estáis disfrutando a tope con mis Sagas del Insomnio, así que hoy os voy a hablar de la historia de Balbazar, el gran amigo de mi infancia.

Todo ocurrió cuando, una noche, llamaron a la puerta de mi casa. Mi primera reacción fue de sorpresa, porque no era normal que alguien llamara a mi puerta cuando yo no tengo puerta, ni casa. Mi segunda reacción fue de alivio, al recordar que sí que tenía casa y, por supuesto, también tenía puerta. Mi tercera reacción fue de vergüenza cómica al recordarme a mí mismo sorprendiéndome por que llamaran a mi puerta porque pensaba que no tenía puerta, cuando sí la tenía (ver: primera reacción). Mi cuarta reacción fue de asco. Qué asco me da la gente que llama a la puerta!!! Pero bueno, por abreviar, saltaremos directamente a mi decimonovena reacción que fue ir a ver quién era.

En primer lugar, miré por la mirilla, por si reconocía al interfecto y así podía ahorrarme el siempre incómodo interrogatorio de identificación.  Y sí que le reconocí, era Interfecto, Interfecto Buendía, el novio de mi madre. Llegados a este punto, pensé que lo más conveniente sería preguntarle qué quería, ya que mi relación con él era, cuanto menos, distante, y no me parecía de recibo abrirle la puerta de mi hogar.

-¿Qué quieres, Interfecto?- Le dije -¿Por qué llamas a mi puerta? ¿Acaso no ves que no tengo puerta ni casa? ¡Ve a llamar a las puertas de gente que tenga puertas!

-Hijo mío- “hijo”… ¡odiaba que me llamara “hijo”, solo porque fuera mi verdadero padre!- necesito que me abras la puerta. Tengo algo que decirte.

Todo esto me sonó muy raro, ¿a qué puerta se refería? ¿Cómo podía saber que este hombre era realmente un hombre y no un promotor de endesa? Seguro que era un promotor de endesa… siempre están llamando para que me cambie y ofreciéndome sus ofertas y…

-¡Eh, un momento! ¿Cómo has entrado en mi casa?

-Me has abierto la puerta tú, hijo mío-dios, como odio que me llame hijo, solo porque es mi verdadero padre…- ahora, me vas a tener que escuchar.

La verdad es que no tenía más opción que escucharle, ya que tenía dos orejas en mi cabeza conectadas a mi cerebro a través de un complicado sistema de nervios, huesos y pequeños órganos que me proporcionaban sentido del oído. Así, Interfecto me dijo:

-Hijo, esta historia se está haciendo muy larga ya, y ya no me acuerdo de cómo se llamaba el amigo ese de tu infancia, barrabás o algo así, y veo complicado crear un giro argumental que nos lleve de alguna manera a introducir a ese personaje y mucho menos a darle la relevancia que se espera de él tras las expectativas creadas en la introducción de la entrada, así que vamos a dejarlo por hoy.

Cuando me desperté, estaba tumbado en la nieve rodeado de todo tipo de sustancias alucinógenas a medio comer y con la pechera llena de sangre. Cómo había llegado allí es algo que no sabré nunca, pero tenía mucho más dinero en mis bolsillos del que había tenido nunca en mi vida.


Como veis, esta historia no tiene moraleja. Fin.

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