El auto de papá
“Fofó,
ponte la ropa de misa que vamos a dar un paseo” me espetó mi madre invadiendo
groseramente mi habitación… cuando llegué al salón, mis hermanos me estaban
esperando y mi padre tenía puestos sus guantes de conducir… “bueno, ya está
aquí el tardón! Jajaja!” rió mi padre. Yo agradecí el entusiasmo, pero tuve que
conseguir disimular mi decepción. No entendía por qué paseábamos en el auto de
papá. El coche es un vehículo para facilitar el transporte, y sentía que era
una frivolidad subir a toda la familia en el coche para pasear, tal y como
estaba la gasolina y el efecto invernadero… aunque para mi familia era un
placer que, por qué no, nos suele suceder. Subimos al coche y mi padre, que
seguía en lo alto de su frenesí, comenzó a presionar el claxon de forma
innecesariamente repetitiva “pi pi pi”, continuamente, “pi pi pi”. La vergüenza
ajena se apoderaba de mí, además de la aprehensión, ya que el coche era bastante
viejo y necesitaba de algunas reparaciones. Me pareció un razonamiento tan
válido como cualquier otro para intentar detener aquel tortuoso paseo, de modo
que, después de pasar un extraño semáforo que pasaba del rojo al amarillo y
luego al verde, lo hice notar. Sin embargo, mis padres me dijeron que ya sabían
que el coche era viejo, pero que no importaba y que ahora vería por qué.
Mientras todos llevaban una sonrisa de oreja a oreja, mi madre sacó del bolso
una torta. Yo no entendía la relación entre que el coche fuese viejo y la torta, pero sí que es verdad que estaba deliciosa.
La Gallina Turuleta
Durante
mi estancia en la universidad, compartí piso con un agradable compañero de clase.
Un día, llegó con una noticia inesperada. Me dijo “Fofó, tienes que ver esto! La
vecina esta loca que tenemos se ha comprado una gallina!” Yo no solía compartir
la jovialidad de mi compañero, y no me llamó mucho la atención la noticia, pero
añadió “y parece una sardina”. Eso sí que no podía ser… ¿cómo una gallina va a
parecer una sardina? ¿Un ave de corral parecido a un pez? Admito que eso
despertó mi curiosidad. Por lo tanto, fuimos a casa de la vecina, donde conocimos
a Turuleta (así se llamaba la gallina) y, efectivamente, parecía una sardina.
Es más, parecía una sardina enlatada. No sabría muy bien explicar la analogía,
pero se parecía mucho. La gallina estaba visiblemente mal alimentada. Sus patas
me recordaban a pequeños alambres. De pronto, Turuleta puso un huevo en plena
sala. “jajaja” se reían mi amigo y mi vecina! “ha puesto un huevo en la sala!” mi
vecina contaba “también los pone a veces en la cocina, pero nunca los pone en
el corral” “¿qué corral?” pensé yo “¿hay un corral dentro de la casa?” de
pronto, mi vecina se asustó y preguntó “un momento, ¡¿cuántos huevos lleva
puestos?” mi amigo los contó “pues dos, cuatro, seis… nueve, nueve huevos”
entonces mi vecina enloqueció, cogió a la gallina y empezó a taponar su trasero
con fuerza, pidiéndonos a gritos que le acercáramos la cinta de carrocero. En
ese momento sentí una fuerte empatía por la pobre gallinita, y rogué a mi
vecina que le dejara poner el décimo huevo.
Susanita
Llega
un momento en la vida en que tus conocidos empiezan a tener hijos. Una pareja
de amigos llevaban años intentando presentarme a Susanita. Después de muchas
evasivas, no tuve más remedio que aceptar la invitación cuando Susanita tenía
nada más y nada menos que tres años. Llegué a casa y, a decir verdad, era una
niña muy mona. Lamenté no haberla conocido antes, pero lo fascinante era la
mascota que le habían conseguido. Era un diminuto ratón, un ratón chiquitín, que
no tenía nombre. Pregunté por su dieta, suponiendo que comería algún tipo de
pienso o cereal, pero, por lo visto, era una especie única de ratón que se
alimentaba de chocolate. También comía turrón, aunque no fuera Navidad, y bolas
de anís. Me pregunté para mis adentros cómo era posible que el ratón no fuera
diabético. Me enseñaron su cama, justo al lado del radiador, lo cual para mí
resultaría muy incómodo y, en vez de colocar la almohada en la cabeza, se la
ponían en los pies, por si no fuera ya bastante extraño que un ratón usara
almohada. Dejamos el tema del ratón y nos pusimos a hablar, hasta que miraron
el reloj y pusieron el “celta de vigo-real Madrid” en la tele. Yo lo hubiera
aceptado de buen grado si no me hubieran dicho que ponían el partido para el
ratón que, por lo visto, era aficionado al fútbol. No solo eso, sino que
también lo llevaban al cine y al teatro. Ya estaba a punto de pensar que era
una broma cuando el ratón empezó a hablar y me dijo si quería entrenar con él
al ajedrez, que su sueño era ser el gran campeón del ajedrez y que Kasparov no
había superado 2800 puntos de ELO viendo el fútbol.
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