¡Hola, muy buenas noches, América! ¡Preparad palomitas y aprovechad ahora para ir al baño porque empiezaaaaaaaaaaaaaaaa... ¡la hora de hablar de cosas reales!
Hoy, en la hora de hablar de cosas reales vamos a hablar de algo real que me ha sucedido hoy. Estaba viendo la televisión, sí, ese aparato que es como una caja de zapatos pero con un montón de gente dentro... ¡no señor, pues será usted el que tiene un montón de gente dentro de una verdadera caja de zapatos! Como iba diciendo, estaba viendo la tele, estaba viendo un programa de humor, todos lo estábamos pasando bien, yo, Ross, Phoebe... cuando de repente sucedió algo, de repente desaparecieron todos y ya no estaba en New York. Estaba otra vez en España. Estaba en una casa con unas chicas y llamaban a la puerta. Nunca adivinaríais quién entró... ¡Era Eduard Punset! Venía acompañado de otra persona, y a la chica que abrió la puerta se la vio agradablemente sorprendida. Pero no sorprendida en plan "ostras, es Punset, ¿qué hace Punset llamando a mi puerta?" si no más bien a lo "¡Hombre Punset, hazme el honor, pasa!¡Qué alegría! ¡nunca hubiera esperado que vinieras aquí, pero total, siempre vienen un montón de científicos-ex eurodiputados-presentadores-escritores-profesores-directores de revistas a mi casa, ¿qué se te ofrece?". Hasta aquí lo raro. Ahora viene lo más raro. Punset venía a traer pan. Pan de molde. Decía nosequé de que hay que comer pan, que era muy bueno. Que era muy natural, insistía mucho en ese aspecto. El de la naturalidad. Y lo decía muy sonriente y confiado, como "estas chicas... con lo bueno que es el pan y no lo comen por estas tonterías que leen en las revistas del corazón..."
Las tías, ya con Punset sentado a la mesa con ellas (buenas anfitrionas), exponían sus diversas dudas. Que si el pan se pondrá duro, que si el pan es malo... Punset se limitaba a contraargumentarlas, pero no por hacerse el listo, sino como por su bien, como el padre que tranquiliza al hijo en su primer día de colegio, o la adúltera que tranquiliza al virgen en su primer afaire. Y todo el rato sonriendo y con una calma portentosa, con las manos entrelazadas en la espalda, con toda la humildad que pueda caber en ese pequeño cuerpo de viejo loco.
Me pareció raro. Nunca supuse que Punset supiera tanto sobre el pan de molde. Ni que fuera de los que seleccionan a una desconocida al azar y van a su casa a convencerlas de lo bueno que es el pan de molde. Porque no es que vaya por todas las casas con su pan, no. Él había elegido, con sus poderes psíquicos, esa casa para llevar el pan. Él sabía que esas chicas eran las elegidas. Las portadoras del pan de molde. Y ellas consienten que Punset entre y hable, impunemente, en su casa. Sin plantearse qué sentido puede tener todo aquél juego perverso de panes y famosos. Con la fé del durmiente soñador que no cuestiona, sólo cree. Cree, y deja que los acontecimientos se sucedan como vienen.
Podemos aprender una moraleja de todo esto. Si no nos cuestionamos las cosas, si tenemos verdadera fe... quizás así... Punset nos regale pan.
Hasta aquí "cosas reales", les dejo con el tiempo, con el Hombre-Invierno.
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